El
Fondo Monetario se llama Internacional, como el Banco se llama Mundial,
pero estos hermanos gemelos viven, cobran y deciden en Washington; y la
numerosa tecnocracia jamás escupe el plato donde come. Aunque Estados
Unidos es, por lejos, el país con más deudas del mundo, nadie le dicta
desde afuera la orden de poner bandera de remate a la Casa Blanca, y a
ningún funcionario internacional se le
pasaría por la cabeza semejante insolencia. En cambio, los países del
sur del mundo, que entregan doscientos cincuenta mil dólares por minuto
en servidumbre de deuda, son países cautivos, y los acreedores les
descuartizan la soberanía, como descuartizaban a sus deudores plebeyos,
en la plaza pública, los patricios romanos de otros tiempos imperiales.
Por mucho que esos países paguen, no hay manera de calmar la sed de la
gran vasija agujereada que es la deuda externa. Cuanto más pagan, más
deben; y cuanto más deben, más obligados están a obedecer la orden de
desmantelar el estado, hipotecar la independencia política y enajenar la
economía nacional ...
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