El espíritu indigenista de la Revolución de Mayo sobrevoló por
aquellos días de julio de 1816 en Tucumán cuando el Congreso de las
“Provincias Unidas en Sud-América” declaró la “emancipación solemne del
poder despótico de los reyes de España”.
Uno de los más activos participantes del Congreso, Manuel Belgrano,
tuvo una acción decidida en la sesión secreta del 6 de julio:
continuando con la defensa de los indígenas iniciada en 1810, propuso
una forma de gobierno en la que se tuviera en cuenta a los herederos de
los incas, por la “justicia que en sí envuelve la restitución de esta
Casa, tan inicuamente despojada del trono por una sangrienta revolución
que se evitaría para en lo sucesivo con esta declaración y el entusiasmo
general de que se poseerían los habitantes del interior con sola la
noticia de un paso para ellos tan lisonjero”.
Esta propuesta, sumada a un ideario que se manifestaba incluso aún un
poco antes de los sucesos de Mayo de 1810 - desde las Invasiones
Inglesas, cuando las comunidades indígenas de las pampas ofrecieron sus
servicios al Cabildo para luchar contra “los colorados”- alimentaron el
proyecto de estimular la simpatía de los originarios por la causa
independentista, y a instancias de algunos diputados, las actas del 9 de
julio fueron traducidas a las lenguas quechua, aymará y guaraní con la
correspondiente fórmula de juramento que debían prestar todos los
habitantes de la nueva nación..
Fue así como el Congreso, en la sesión del 29 de julio decidió la
impresión de 3000 ejemplares del Acta de la Independencia, 1500 en
castellano, 1000 en quechua y 500 en aymará. Las impresiones se
realizaron en Buenos Aires en dos columnas, castellano y lengua aborigen
correspondiente, de acuerdo con los modelos que el propio Congreso
remitió, con la recomendación de que “sin el más exacto y escrupuloso
cuidado de los impresores o con la menor variación se causa un defecto
muy notable a ílas citadas versiones”.
A último momento se canceló la confección de las copias
correspondientes en lengua guaraní debido a la ausencia de las
provincias del Litoral en las sesiones del Congreso de Tucumán.
Si bien no conocemos bien cuál fue la repercusión que tuvo la famosa
Acta entre las comunidades indígenas, lo que si nos parece digno de
destacar es la continuidad de una política que los primeros patriotas
tuvieron siempre presente: la de convivir con los pueblos indígenas.
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